Intervenciones Charla Marco Miranda


Presentación:

Buenas tardes a todos, gracias por acompañarnos.
En primer lugar quiero agradecer en nombre de la Asociación Socio-Cultural Doctor Simarro al Club Diario Levante el haber incluido dentro de su intenso programa de actividades esta Mesa que forma parte del conjunto de actos que iniciamos en estos momentos con motivo del Homenaje que deseamos tributar al periodista, político y masón Vicente Marco Miranda, quien fue ilustre en todos sus términos.
También queremos agradecer a sus familiares las facilidades que nos han dado, al poner a nuestra disposición todas las pertenencias que conservaban del homenajeado, y en especial a su hijo Felix, quien acogió nuestra irrupción en su casa con mucha paciencia y cariño.
A mi, como representante de la la Asociación organizadora, la Doctor Simarro, y miembro de la colaboradora, la G.·. L.·. Federal Valenciana, solo me queda justificar el conjunto de actividades que componen el acto de homenaje a Vicente Marco Miranda.
¿Por qué un Homenaje?, porque la memoria colectiva es débil y con los tiempos que corren mas todavía. Actualmente, tiempos en exclusiva del presente, se pierde en todo momento la perspectiva histórica, del donde venimos, de manera que nos resulta difícil preveer hacia donde vamos, o mejor dicho, hacia donde nos arrastran.
Es nuestra pretensión, ir recuperando personajes de nuestra historia, cuyo comportamiento pensamos que puede servir de modelo para las nuevas generaciones, incluso las no tan nuevas.
No es fácil que en la actualidad se admire a personajes públicos honestos, incapaces de enriquecerse aprovechando las circunstancias de su pase por las estructuras de poder, este es un valor añadido que queremos destacar; los hay mucho más, que los distintos invitados a esta mesa, irán desgranado y que todos ellos ratificarán nuestra elección.
Creemos que Vicente Marco Miranda reúne muchos de los requisitos que para nosotros lo hacen merecedor de un reconocimiento colectivo mayor, y también estamos seguros, que no es casual que al hacer de la coherencia y de la honestidad una especie de divisa particular, haya encontrado en la Masonería un medio idóneo para afirmarlas como norma de comportamiento, sobre todo en tiempos convulsos como los que le toco vivir. Este es para nosotros un valor añadido.
Me gustaría contar una anécdota que aparece dentro del expediente sancionador del Tribunal de Responsabilidades Políticas:
Cuando como medida preventiva ante una posible condena pecuniaria por Responsabilidades políticas, el juez instructor ordena que se incauten todo los bienes que estén a su nombre. Uno de los órganos de información son los Servicios de Falange, quienes al ver las pocas propiedades que tiene Marco Miranda, no encuentran muchas explicaciones, a su corto juicio, lógicas y emiten el siguiente informe el 19 de octubre de 1939: ''Investigados sobre los bienes del informado, se tiene conocimiento de que este individuo ha vivido siempre de la trampa principalmente, de cuantos extraperlos políticos conocía y fomentaba, habiendo sido siempre un malgastador, porque de otra forma hubiera retenido algunas propiedades; sabiéndose que en el cercano pueblo de Godella era propietario de un chalet, que según referencias vendió hace algunos años, no conociéndosele actualmente mas que aquello que ha invertido en el chalet del Barrio de Periodistas''.
No concebian los jerarcas falangistas la honestidad en un político.

En el acto de hoy teníamos previsto que la primera intervención corriera a cargo de Félix Marco Orts, hijo de Vicente, el cual nos tenia que hablar de su padre como un hombre de su tiempo. Su avanzada edad, no le ha permitido estar físicamente con nosotros en estos momentos, pero por no a querido estar ausente en estos momentos y ha redactado unas notas que nos leerá su sobrino  y también nieto de Vicente, Tulio Marco.

En segundo lugar el escritor  y miembro del Consell Valencià de Cultura, Vicente Muñoz Puelles, nos hablara sobre Marco Miranda como periodista y escritor.

A continuación Francesc Pérez Moragón, ensayista y miembro de la Cátedra Fuster,  nos hablará de Vicente como político.

Para finalizar Edelmir Galdón Casanoves nos hablara sobre su vertiente masónica.
Agradecer, por último, vuestra presencia en este acto, que nos sirve de estímulo para continuar trabajando en el futuro en esta línea, y solo me queda recordaros que mañana a las 20 horas en la Societat Coral El Micalet, calle Guillen de Castro, 73, inauguramos la exposición                 
Marco Miranda: Un político con principios.
Con el epilogo: Unas pinceladas sobre la Masonería.

Gracias a todos.


VICENTE MARCO MIRANDA, un masón republicano

-        visto por su hijo, Félix Marco Orts -




Vicente Marco Miranda nació en 1880 en Castellón, donde quedó al cuidado de sus abuelos. Con ellos, a los seis años se trasladó a Burriana, donde vivió con su familia hasta los veinticinco. Época que recordará siempre, son sus palabras “con cariño y emoción”. Tras una breve carrera eclesiástica, la iniciación en el anarquismo, su paso a la política activa como republicano, el periodismo local y finalmente, en 1905 su traslado a Valencia para ingresar en la redacción de “El pueblo”, el periódico fundado por Blasco Ibáñez que ahora dirigía Félix Azzati.

El periódico era el órgano de combate del partido republicano que lideraba Azzati y a él se incorporó pronto. Fue la etapa que Ramiro Reig estudió en su obra “Blasquistas y clericales” (Institut Alfons el Magnànim, 1986), que se cierra en 1911 con la pérdida de la mayoría municipal republicana. Nombrado Redactor-Jefe, hasta 1923 su vida fue de entrega total al periódico y al partido, y su participación fue decisiva en la recuperación de la coalición republicana y de su hegemonía en el gobierno de la ciudad.

Dura campaña que enfrentó a blasquistas, por un lado, y a católicos -La Liga- y tradicionalistas -carlistas- por otro, según el esquema de Reig. Más violenta fue la que libraron blasquistas y sorianistas, que decidió a Blasco Ibáñez a abandonar Valencia. Como más tarde la que enfrentaría al PURA de Azzati con el Partido Radical Socialista, constituido con disidentes de aquél. La represión franquista tuvo la virtud de reunir de nuevo a los republicanos: todos fueron igualmente perseguidos, encarcelados y fusilados.

Cierran su experiencia municipal dos hechos desagradables.
Primero, su salida de “El Pueblo” tras rechazar una imposición del presidente del partido, Azzati, que consideró arbitraria e injusta; una decisión que le supuso un grave quebranto económico, pues era un Redactor-Jefe muy bien remunerado.
Segundo, la proclamación de la Dictadura -Septiembre de 1923- que se negó a aceptar y le hizo renunciar a su puesto de concejal -en ese momento era Primer Teniente de Alcalde-. Otro quebranto económico. La ruptura con Azzati fue en defensa de su dignidad;  el abandono del Ayuntamiento, un acto de coherencia política. Para él, más importantes que el cuidado de su economía.

Su oposición a la Dictadura le llevó a una larga y penosa experiencia de conspirador, con persecuciones, cárcel y pérdida de su modesto patrimonio. Dejó su testimonio en el libro “Las conspiraciones contra la Dictadura” (Zeus. Madrid, 1930), que tuvo una segunda edición en 1975 (Tebas. Madrid) con prólogo de Alfons Cucó.

La llegada de la República, que debió iniciar una etapa de satisfacciones personales, lo fue también de desengaños y de desilusiones al descubrir la verdadera personalidad de los políticos en quienes había confiado. Si el 15 de abril de 1931 la Junta Provisional le nombró Alcalde Provisional de Valencia, una decisión que venía recompensar sus años de sacrificio por la República.


A los tres días hubo de dejar el cargo al ser nombrado gobernador civil de Córdoba. Desagradable experiencia en una provincia dominada por los caciques tradicionales (Niceto Alcalá-Zamora, que pronto sería nombrado Presidente de la República, era uno de ellos) y en la que nada pudo cambiar en los pocos meses que desempeñó el cargo.

Elegido diputado, se vió ligado a un partido de Valencia cada vez más alejado del ideario compartido con Azzati, pero cuya disciplina aceptaba para no deshacer lo que con aquél había contribuido a edificar con gran sacrificio personal. En las Cortes con el PURA integrado en la minoría radical de Lerroux, hubo de guardar silencio por idénticos motivos. La alianza de Lerroux con la derecha revanchista y la adhesión del PURA a ese pacto, le decidieron a tomar la decisión tanto tiempo aplazada. Dejó primero la minoría radical, el PURA después y, de acuerdo con un grupo de compañeros de ideas afines, Julio Just, Faustino Valentín, Héctor Altabás y Vicente Alfaro, entre otros, fundaron “Esquerra Valenciana”, que incorporó a muchos casinos autonomistas y se extendió pronto a Castellón.

Aún tuvo ocasión, en aquellas Cortes, dentro de la minoría radical, de salir en defensa de la Masonería y de los generales López Ochoa y Cabanellas, masones ambos. Estuvo solo en esa defensa, silenciosos los masones del Partido Radical, alguno de ellos en el Banco Azul.

La revolución de octubre de 1934 reanimó  al periodista. Tomó el primer tren que llegaba a Oviedo, una vez vencida aquella, y durante tres días estuvo visitando las zonas más castigadas por la represión. Su denuncia en las Cortes de los crímenes que allí se estaban cometiendo, solo en un hemiciclo exasperado que exigía la mayor dureza con los prisioneros, proclamaba quizá su ingenuidad, pero también su entrega en la defensa de una legalidad que obligaba a los mandos militares y del orden público a respetar los derechos de los detenidos.

Libre ya en el Congreso, se integró en la minoría de la Izquierda Republicana, donde se reencontró con viejos y buenos amigos, Oscar Esplá y Álvaro Pascual Leone, entre otros. Con ellos participó en la actividad parlamentaria que silenció en sus Memorias, pero quedó reflejada en el Diario de Sesiones del Congreso. Fue el final de la legislatura, con los procesos que culminaron con el desprestigio político de Lerroux y la expulsión de Sigfrido Blasco.

En las elecciones de febrero de 1936 fue elegido diputado por Valencia con la candidatura del Frente Popular. Como Izquierda Republicana ya no necesitaba su concurso, de acuerdo con sus compañeros de partido se adhirió a la minoría de “Esquerra Republicana de Catalunya”, la más afín a sus ideas.

La sublevación militar de Julio de 1936 y los cambios políticos que tuvieron lugar en la zona republicana le afectaron profundamente. Hizo cuanto pudo en defensa de las personas perseguidas por sus ideas políticas o por sus creencias religiosas y salvó vidas y haciendas, enfrentándose a veces a grupos incontrolados que en los primeros meses actuaron con violencia. Denunció los atropellos ante los organismos que intentaban recuperar el orden público y dejó el Ayuntamiento por su desacuerdo con la orientación impuesta. Pero cumplió con sus deberes de diputado asistiendo a las sesiones de Cortes celebradas, en Valencia primero, luego en Cataluña. Por lo demás, su partido contribuyó al esfuerzo militar con mandos como José Benedito y el Coronel Tirado. Y manteniendo su programa nacionalista, redactaron un Anteproyecto de Estatuto de la Región Valenciana que presentaron en febrero de 1937.


Cuando al final de la guerra y la victoria franquista eran ya evidentes, todavía consideró que la lealtad le obligaba a permanecer en España esperando instrucciones de su gobierno, y, de hecho, rechazó algún ofrecimiento de llevarle al exilio. El golpe de Casado terminó con la legalidad que él respetaba y la inmediata entrada de las tropas franquistas en Valencia le obligó a convertirse en un “topo”, primero oculto en Valencia, luego, desde el verano de 1941, en Burriana, donde le acogieron sus hermanos.

Leer y escribir fueron las tareas que ocuparon sus días de forzada reclusión. Aparte las dos obras publicadas, “In illo tempore” (Consell Valencià de Cultura, 2002) y “Cuatro Gatos” (Institució Alfons el Magnànim, 2005), edición con notas de Vicent Franch i Ferrer, escribió novelas, cuentos, ensayos de divulgación histórica y un “Diario” de su estancia en Burriana. A pesar de los cuidados de sus hermanos, la prolongada vida sedentaria había ido deteriorando su salud. Hacia 1946 pidió reunirse con nosotros en Valencia, cosa nada fácil dadas nuestras condiciones, todavía precarias y sin domicilio propio. Al final del verano mi hermano Tulio pudo traerle a un chalet de La Malvarosa, generosamente cedido por un gran amigo, Rafael Talón.

Fue una estancia breve. En diciembre sufrió un accidente vascular cerebral con hemiplejia y coma. La muerte le sobrevino en las últimas horas del día 23. No cesaron aquí nuestras tribulaciones. Se necesitaba la autorización eclesiástica para el entierro civil y hubo que esperar a la madrugada para obtener en el Palacio Arzobispal el documento que permitía abrir el cementerio civil.

Para no comprometer a la familia Talón, un furgón condujo el féretro hasta el puente de Aragón, donde pasó el coche fúnebre y allí se inició la marcha por la Gran Vía, con la única compañía de los amigos de mi padre que lo habían dispuesto todo. Pero poco a poco vino llegando gente hasta formar una gran masa silenciosa que nos acompañó hasta el final de la avenida, donde se despidió el duelo. La noticia había circulado durante la noche y amigos represaliados, muchos que no le habían conocido, se unieron al homenaje al político republicano. Fue la primera manifestación antifranquista en Valencia. El 24 de diciembre de 1946.

Suponer ahora que habría hecho la justicia militar contra Marco Miranda preso es tarea inútil, ante tanto proceso arbitrario que terminaba con la sentencia de muerte y el visto bueno del dictador. Solo por su pertenencia a la Masonería, el grado alcanzado y su defensa en las Cortes, hubiera sido fusilado.

Podía pensarse que su dedicación absorbente al periodismo y la política haría difícil una vida familiar normal. Por el contrario, siempre estuvo con nosotros, preocupado por nuestros estudios, interesado por nuestras ideas y opiniones, no siempre coincidentes con las suyas. Tuvimos una educación laica y liberal, sin imposiciones doctrinarias ni aleccionamientos políticos. Obró siempre como le dictaba su conciencia. Nunca hemos criticado su conducta, que siempre hemos admirado. Nos dejó la mejor herencia, un hombre respetado.





Félix Marco Orts
junio 2012



MARCO MIRANDA, ESCRITOR Y PERIODISTA


Lamento no poder estar ahí esta noche, para recordar con ustedes a Vicente Marco Miranda. Compromisos anteriores, que confiaba poder eludir, me lo han impedido. Vayan, pues, por delante, mis disculpas, aunque escribir esto es también un modo de estar ahí
Hace muchos años –imagino que a finales de los sesenta o principios de los setenta–, mi padre me  enseñó un cuaderno escrito a mano, con una letra regular y sin tachaduras. Me contó que lo había escrito Vicente Marco Miranda, padre de Félix Marco.
Félix era amigo de la familia, del mismo modo que su padre, Vicente Marco Miranda, lo había sido de mi abuelo, Ricardo Muñoz Carbonero.
Mi padre siguió diciéndome que el padre de Félix Marco había escrito aquello durante el período en el que había estado escondido, es decir desde el final de la guerra hasta 1946, fecha de su muerte.
Y Félix quería saber si mi padre opinaba que la lectura de aquel cuaderno –tenía muchos otros, al parecer– podía suscitar algún interés. Es decir, si valía la pena publicarlo. Le pedí que me lo dejara, más que nada por los aspectos novelescos de la propia historia, y aquella misma noche, en la cama, leí fascinado cómo Vicente Marco Miranda había tomado el tren, desde Valencia a Madrid y luego a Oviedo, para asistir a los acontecimientos de la revolución de Asturias de octubre de 1934, que acababa de fracasar.
Durante varios días, había seguido las huellas de la represión del Tercio y de los marroquíes, y había visitado las casas donde había habido víctimas, tanto en Oviedo como en Gijón y otras poblaciones.
Con el corazón en vilo, seguí leyendo acerca de los graves peligros que había corrido –estando allí asesinaron al periodista Luis de Sirval, valenciano, que se alojaba en la misma fonda gijonesa– y que Marco Miranda contaba con ejemplar modestia y sin alardes, como si le hubieran ocurrido a otro.
También leí cómo, a la vuelta a Madrid, donde era diputado, Marco Miranda había interpelado al Gobierno, para que informara sobre la magnitud de la represión. Le habían dado ocasión de hablar en las Cortes, pero su voz apenas había podido oírse, a causa de los continuos abucheos de la mayoría parlamentaria. Y luego, creyendo que no se atrevería a hacerlo, le habían desafiado a denunciar los hechos.
Al día siguiente de su intervención en el hemiciclo, Marco Miranda había entregado la denuncia personalmente al Fiscal de la República, con exposición de los sucesos y relación de testigos y de víctimas. Y, al cabo de unos meses, le había llegado copia de la resolución del Auditor de Oviedo, que cínicamente lo desmentía todo.
Aquella lectura fue para mí una de esas lecciones de realismo político que no se olvidan con facilidad. Naturalmente, le dije a mi padre que el texto me había interesado mucho –por entonces no siguiera era consciente del significado de la revolución de 1934–, y que creía que a cualquier lector le sucedería lo mismo.
Años después, en 2005, estando en el Consell Valencià de Cultura, tuve ocasión de proponer que se publicasen las Memorias de Vicente Marco Miranda, In illo tempore, de las cuales aquellas páginas que yo había leído más de treinta años antes no eran sino una minúscula fracción. Incidentalmente diré que, entre las publicaciones del CVC, es una de las que más éxito ha tenido, gracias, sin duda, a la amenidad del autor.
A veces vuelvo a leerlas en la edición impresa, intentando recuperar aquella primera impresión que tuve ante el original, y me imagino a Vicente Marco Miranda en su encierro involuntario, escribiendo pulcramente a mano, para no hacer ruido, y raspando las faltas o errores con una hoja de afeitar. Porque, si lo recuerdo bien, cosa que dudo, en algunas páginas del cuaderno se percibían las escasas correcciones, pero solo al trasluz.
Debió pensar que contaba con todo el tiempo del mundo, siempre que la policía franquista, que debía creerlo muerto o en el exilio, no lo encontrara. Y en cierto modo sí contaba con ese tiempo, que supo administrar. Porque, entre 1939 y 1946, fecha de su muerte en un chalet de la Malvarrosa que yo llegué a conocer de niño, escribió una larga serie de libros, de los cuales su hijo, Félix Marco Orts, ha transcrito pacientemente seis, al menos que yo sepa:
1) In illo tempore. Memorias, que ya hemos mencionado y que terminó de escribir en 1942. Publicado en 2005.
2) Cuatro gatos, (Memorias 1939-1942), que en 2007 fue editado por la Institució Alfons el Magnànim, en edición del propio Félix Marco y de Vicent Franch. Es una narración, con frecuencia humorística, de su itinerario clandestino por diferentes viviendas, donde se relacionó con cuatro gatos distintos.
3) Villetita. Novela satírica inédita, escrita entre junio y julio de 1939. Situada a finales del sigo XIX, cuenta la historia de una ciudad, Villetita, contracción acaso de Villa de Tito, por ser este emperador quien la fundó. Está dedicada al lector desconocido y cuajada de personajes y escenas hilarantes.
4) Iberuela. Novela histórica. Sátira mordaz, inédita, que cuenta el advenimiento de la República, la guerra y la represión llevada a cabo por los falangistas en Iberuela, villa mediterránea de dos mil trescientos habitantes, situada a media legua escasa del mar. Escrita del 28 de septiembre al 11 de noviembre de 1942.
5) Cartas a mi nieto, libro inédito, terminado en septiembre de 1944. Es una obra en forma epistolar, dirigida a un posible nieto que aún no había tenido y que no llegaría a conocer, donde le habla sobre la guerra y le informa y previene sobre temas relacionados con la historia, la religión y la política.
6) Dietario 1939-1944, libro inédito, cuya última entrada es del 27 de diciembre de 1944, donde informa, entre otras cosas, de las vicisitudes de la segunda guerra mundial, que sigue con atención, y del proceso de elaboración de sus restantes libros, de los que de vez en cuando hace copias en limpio.
Hay más, naturalmente, e incluso cuentos y teatro en valenciano, que conozco solo de oídas, y una traducción de La Farsalia que no llegó a editarse, pero el conjunto es lo suficientemente valioso como para dar idea de la importancia de este autor, que antes de haberse visto obligado a convertirse en topo publicó un solo libro, Conspiraciones contra la Dictadura, de cuya primer edición, la de 1930, conservo un ejemplar, dedicado cariñosamente a mi abuelo.
Sabido es que Marco Miranda también fue corrector, redactor y redactor jefe, durante muchos años, del diario El Pueblo. Poco puedo decir de esa fase, al menos desde el punto de vista literario. Como muchos periodistas, seguramente tuvo que escribir demasiado.
«Una madrugada», cuenta  él mismo en In illo tempore, «el regente de la imprenta Antonio Canet, me dijo que había contado las cuartillas escritas por mí, y que eran ciento veinte. Algunas noches se me agarrotaban los dedos y sentía principios de desvanecimiento. Tenía que parar de vez en cuando, daba unos paseos por la redacción y volvía a la tarea.»
Pero el periodismo debió darle también una disciplina, una facilidad para escribir en cualquier situación y un sentido de la concisión y de lo que cabía decir en cada momento, que no todos los escritores tienen, y que le fue muy útil cuando llegaron los tiempos difíciles y tuvo que orientarse hacia los libros de memorias y las novelas. En aquellas circunstancias de estrechez y de peligro, el dominio del oficio y la convicción de que podía transmitir lo que pensaba y sabía, aunque no podía estar seguro de que alguien fuese a leerlo algún día, debieron ser un gran consuelo.
Mi relación personal con Vicente Marco Miranda, a quien obviamente no llegué a conocer, tiene otra curiosa derivación.
Mi madre, Amaya Puelles, llegó de Asturias a Valencia en 1937, a los dieciséis años, poco antes de la caída de Gijón. En mi novela La guerra de Amaya, que se publicó en 2010, mi madre se hospeda en una casa donde vive un hombre oculto, Arnaldo Laguardia, que traduce La Iliada a escondidas y le cambia el final, para que ganen los troyanos. El improbable seudónimo de Arnaldo Laguardia, por el que pido humildemente perdón, no puede ocultar que en realidad se trata de Vicente Marco Miranda, sorprendido en sus tareas literarias clandestinas.
Sería deseable que alguna vez tuviéramos ocasión de leer las obras literarias completas de Vicente Marco Miranda, si es que no sigue escribiendo aún desde algún lugar que desconocemos, y pudiéramos restituirle al puesto que merece.
Es todo. Muchas gracias.
Vicente Muñoz Puelles


Marco Miranda: I també masó.

Abans d’entrar en la materia propia que em correspon en esta mesa, voldria destacar un aspecte sorprenet en la vida de Vicent Marco Miranda: en plena orgia  represiva del franquisme, recen acabada la guerra civil, mentres les forces policials i falangistas anaven recollint informació sobre els perdedors, mentres els tribunals, que n’hi havien més que fongs, anaven jujant i condemnant a tots els que cauien sota les seus urpes, Marco Miranda, una vegada conseguida  certa estabilitat en la seua vida clandestina al amagar-se en Burriana, va començar a escriure un grapat de textos, de tipus confesionals i memorialístics. Ell vivía com un topo, amagat de tots meyns d’un grup reduit d’amics i familiars que l’ajudaven a sobreviure. I es va dedicar a escriure tot el que desde la  memòria pugue recuperar de la seua vida; va fer balanç de la activitat política, de les seus creencies i conviccions, sense ningun limit a excepció del que imposava el decor en relació als personatges pròxims. Si tot aquells escrits hagueren caigut en mans dels jutjes militars, dels del Tribunal de Repressió de la Maçoneria i el Comunisme, dels de Responsabilitats Polítiques, de les Juntes de Depuració de Professionals o molts d’altres que formaven l’entramat repressiu del moment, [¿]quan hagueren disfrutat, en aquelles proves a les seues mans?. La condeman hauria segut, sens dubte, la màxima, la pena de mort, tenint  una autoinculpació de tots els crims possibles atribuibles als rojos i maçons. Fou molt valent al escriure tot alló en el moment i en els condicions en que ho va fer.
Gracies a aquestos escrits huí podem coneixer millor al personatge que volem homenatjar i tenim també més motius per a admirar-lo, o al meyns aixó em pasa a mi.

Vicent Marco Miranda va ingresar ja de major a la maçoneria, quan tenia més de quaranta anys, i ho va fer com molts, per curiositat; anà de la mà d’un amic i company , José Baixauli, que era aleshores regent de la imprenta de El PUEBLO.
La ceremonia d’iniciació tingué lloc a la Logia Patria Nova de València, i li va resultar prou desconcertant, tal i com ho va confesar més tard: ‘Sol, en la Cambra de Reflexions, l’espectacle em va paréixer pueril. Aquella llum, aquella calavera, aquelles màximes escrites en la paret, el  misteri que em va rodejar a l’arribar, embenats els ulls, em predisposaven en contra…
Quan van donar la llum, vaig creure advertir quelcom de ridícul en la decoració del temple, el ritu, les insígnies i l’actitud dels circumstants, coneguts meus alguns.’
No obstant aixó, ben promte se’n va adonar de que els principis d’aquesta organització hi podien ser ben útils per a afirmar i consolidar les propies conviccións: ‘Sóc maçó i ho tinc per singular fortuna, perquè en els principis maçònics troben satisfacció, com cal, els meus més purs sentiments.’
Amb el nom simbòlic de Liberto, va anar progresant dintre de la Maçoneria, desempenyant distints càrrecs i funcions fins a arribar a ser elegit Gran Mestre de la Gran Lògia Regional de Llevant, en el moment en que el Grande Oriente Español es va estructurar federalment. També en el filosofisme fou constant el seu perfeccionament, fins arribar a ser exaltat per al grau 33, últim en el ritu Escossés Antic i Aceptat que era el que practicava, passant a formar part del Suprem Consell.
 La seua llarga trajectoria dintre de la orde, li permet arribar a definir-la com alló que facilita i propicia el: ‘respecte d’un mateix i del semblant, i és llibertat de pensament i de consciència; és també religió –de reliquere- o unió d’hòmens de bona voluntat i de bons costums, sense distinció de creences ni de races, dedicada a la perfecció de si mateix i al progrés dels pobles; es coneix doctrina millor?’

Els quaranta primers anys del segle XX es viuen a Espanya  farcits de fortes convulsions, de durs enfrontaments socials, de trencaments amb sistemes polítics arcaics i lluites per cercar noves formes de convivència més acompasades amb el progrés social. Tot aixó en mig de una dictadura, de la proclamació d’una República, de les fortes tensions entre els que la volen consolidar i els que veuen en ella un obstacle per al seu domini ancestral; amb un final conegut d’una sublevació militar i una guerra civil, que dona com a resultat la victòria franquista.
Realment no son temps propicis per a propostes ben intencionades i la lluita política bastardeja; no resulta gens fàcil buscar la col·laboració entre els pròxims ideològics. Totes les organitzacions, ja siguen cíviques o polítiques, es veuen arrosegades per aquesta convulsa situació i reprodueixen al seu si l’ambient de tensió que dominava al conjunt de la societat. També afecta, com no, al funcionament de les lògies. Marco Miranda ho viu de ple, i és aixó el que él fa afirmar: ‘No faltaven els que buscaven  en la Maçoneria mitjans de triomfar en la política o suport en els seus afanys d’orde econòmic. Els més perillosos eren els polítics...
Llavors les Lògies, especialment a Madrid, admetien amb molta facilitat a polítics que les suposaven propícies  a les conspiracions. Van ingressar Azaña, Barnús, Giral, Pepe Salmerón i molts altres republicans significats i també militars. I allò que pareixia donar-los vida va ser la causa de la seua decadència…’
El  desplaçament dels polítics i les seus  lluites al sí de la maçoneria, les iniciacions per conveniencies alienes al interés per la institució, fan que molts maçons de convicció es troben incòmodes dintre d’aquesta nova situació que domina en les lògies i es veuen impel·lits a allunyarse dels temples, convertits en cenacles cosnpiratius, fins qu’els arrivistes, vist que allí no es cobrien les seus expectatives, se’n van anar d’allí. Marco Miranda va ser un dels que es va distanciar en eixos moments de la orde: ‘Molts maçons –jo entre ells- que ens havíem esforçat per mantindre l’esperit propi de la Maçoneria, ens vam allunyar de les lògies; jo a penes si les vaig visitar des de llavors. Les van abandonar després, al seu torn, els que van veure defraudats els seus propòsits revolucionaris, que no van trobar, a la fi, ambient adequat.’

Sens dubte, l'exemple més cridaner d'un ingrés per conveniència, siga el de Manuel Azaña. A principis de 1932, quan les relacions amb els socialistes anaven prou deteriorades, buscava constituir un govern de concentració republicana, però l'aproximació de les distintes faccions no resultava gens fàcil:  azanyistes i lerrouxistes anaven sempre a la grenya per vore quina tendència resultava dominant. En aquells moments el Grand Orient Espanyol tenia una marcada influència del partit radical, i sembla que Azaña va acceptar ingressar-hi amb l'objectiu d'assolir la desitjada confluència republicana. Altra explicació no es pot trobar a les  notes despectives escrites al seu diari, un més després de la seua iniciació i tot just  quan s’evidència el fracàs de la maniobra de la convergència republicana:
"En la cerimònia de dimecres, enorme concurrència. No s'hi cabia als salons del carrer Príncep. Allò m'importava ben poc i, durant els preliminars vaig estar temptat d'anar-me'n.
Hi havia quatre ministres, i Barcia, amb una cadena d'or. Martínez Barri [aleshores, vice-president del Partit Radical] que és un gran Capitost en la Casa, no ha assistit; potser pel ressentiment d'aquests dies. Qui veritablement és terrible, és Hernández Barroso [Mateo], pels discursos que amolla. A més a més, Teòsof."
En aquest punt, podem vore que tant Azaña com Marco Miranda tingueren una impressió semblant sobre la cerimònia d’iniciació, la diferència està en que al primer alló no l’interesava gens i ho despreciava ja que era una altra cosa la que allí buscava, i en canvi el segón estava ineresat en aprofundir en els seus significats i arribàr a comprendre’ls.

Per altra banda, es considera desde dintre de la maçoneria que la condició d’iniciat no es perd, encara que uno haja deixat de ser membre actiu, si sol·licita alló que s’anomena ‘planxa de quite’, formula que suposa la suspensió temporal de les obligacions administratives i presencials respecte a la Logia, però no respecte de la Maçoneria, deguent-se de mantindre  vius els compromisos ètics i personals als que es va comprometre. En açó vullg fer referència al cas del general Lòpez Ochoa, maçò actiu, almeyns fins a 1933, any en que segons algunes fonts, demana la ‘planxa de quite’ a la Gran Lògia Regional del Nor-oest a la que pertanyia, per les mateixes raons per les que durant algún temps Marco Miranda s’anyunyà de la orde. No obstant aixó, tots dos seguien  vinculatas pel principi de fraternitat, tal i com queda reflectit en l’anecdota que ens relata Vicent: sofocada la revolució d’Asturies en octubre de 1934, Marco Miranda es va dsplazar inmediatament al lloc dels succesos, per a elaborar un informe sobre els excesos repressius duts a terme per les forçes militars d’ocupació. Aleshores López Ochoa era la máxima autoritat militar del sector, encara que havia sigut relegat de l’actuació represiva, i Marco Miranda  ens conta que : ‘jo havia decidit visitar l’endemà al general López Ochoa, maçó i amic meu des de la Dictadura de Primo de Rivera....
Li vaig participar que un dels detinguts més destacats, Teodomiro Menéndez Fernández, era maçó, la qual cosa obligava al meu interlocutor a protegir-lo. Així ho va prometre, estranyat de que aquell, amb qui havia parlat feia uns dies,  no li haguera revelat aquella afiliació... Em va oferir un salconduit per si em proposava visitar alguns pobles.’
Teodomiro Menéndez va ser jutjat i condemnat a mort; siga per les raons que siga, va ser un dels que se'ls va conmutar la pena i no fou executat.
Marco Miranda també va tindre un altra actuació pública significativa, en defensa de la maçoneria, en un moment difícil en que les circumstancies no eren les més propicies.
A principis de 1935, quan encara estaven obertes i sagnat les ferides en la societat espanyola per la revolució d’octubre de 1934, governava el pais una coalició de dretes prou inestable i que estava  formada pels republicans de Lerroux i les forces conservadores catòliques aglutinades per  Gil Robles. Els sectors més dretans de carlins i monàrquics volien atraures a les forces de Gil Robles i dinamitar l’enteniment amb els lerrouxistes; l’objectiu era acabar amb la República. Per a conseguir-ho van tensar les relacions fent una proposta a les Corts el dia 15 de febrer de 1935, presentada pel diputat de Renovación Española Dionisio Cano López ,per a que fora aprovada per la Càmera una ressolució per la qual  cap membre de les forces armades poguera pertànyer a la maçoneria. Per a recolzar la seua intervenció va presentar una llarga llista de militars maçons. En el fons se’ls acusava d’una banda de falta de patriotisme, i per una altra de fer política pel sols fet de ser maçons.... Darrere de tot això hi havia provocar l’enfrontament entre catòlics i maçons que formaven part de la majoria guvernamental i en segón lloc desplaçar als militars més signifacats per les seus conviccións republicanes i que en molts casos coincidien amb la pertinença o simpatia cap a la maçoneria.
Els lerrouxistes i gil-roblistes anaren en compte de trencar la coalició, i van defugir fer una defensa els uns i un atac els altres, vers la maçoneria, mirant en certa forma cap a un altre costat: sols la veu de Marco Miranda es va alçar per a defensar a la maçoneria i als sis militars d’alta graduació, que amb nom i cognoms foren denunciats al parlament. Marco Miranda ho relata de la seguent manera: "En altra ocasió, les dretes organitzaren una acció parlamentaria contra la Maçoneria, amb el pretext que desmoralitzava l'Exèrcit, on hi havia maçons com Cabanellas o López Ochoa. Atacar en ple parlament a dos generals era, sens dubte, per a aquelles persones d'ordre, una manera de fomentar la disciplina i la moral de l'Exèrcit. En el banc blau seien alguns ministres maçons, tots els lerrouxistes. Ningú va defensar la Maçoneria. Tampoc des dels bancs en que em trobava, els d'Esquerra Republicana, s'alçava cap veu. Vaig demanar la paraula per al·lusions.
- Senyoria, vostè no ha estat al·ludit, em va dir el president Alba, que m'era poc favorable.
- Ho he estat -vaig replicar- perquè sóc maçó i s'està atacant la meua Orde, que es troba absent ací, tal com ho estan els generals Ochoa i Cabanellas. Puc parlar, doncs, per defensar els absents.
I vaig fer un defensa de la Maçoneria.”.
Pasada la intervenció incomoda en el parlament, pocs mesos després, sense donar-li cap importància, el tàndem Gil Robles- Franco Bahamonde, aquest últim recent nomenat cap de l’Estat Major de l’Exèrcit, van cesar dels seus llocs de comandament al sis militars denunciats com a maçons.
Aquestes anècdotes que posen de manifest les arrelades conviccions maçòniques que tenia Marco Miranda, fins al punt de fer intervencions públiques en la seua defensa, quan molts dels seus ‘germans’ callaven per por o per conveniència, ens obliguen a endinsar-nos més en el seu pensament, en la coherència manifestada entre conviccions i actuacions, en un polític que va ocupar càrrecs públics al llarg de 28 anys. També, com ell mateix escriurà desprès, amb comportaments com el descrit per part dels membres de l'orde presents en les Corts, es posa de manifest que : ‘No es podrà dir que, per obra o imposició de la Maçoneria, obraven d’acord i en fraternal harmonia els lerrouxistas i els altres republicans, perquè en tots els partits hi havia maçons. És una altra fantasia suposar que al maçó se li obliga a realitzar tal o qual acció. Ningú més lliure que el maçó ni més obligat a rebutjar actes en pugna amb la seua consciència…’
En la sentencia emesa contra ell pel Tribunal de Responsabilitats polìtiques, per a justificar la condemna se’l defineix com a indesitjable per tots conceptes, roig, ateu i maçó, tòpic que indiscriminadament se’ls aplicava a tots. En canvi, Marco Miranda no deixava de tenir conviccions que podrien clasificar-se com a religioses. Diu en uns textos que volen ser a la manera de confesió pública general: ‘Amo al meu Déu i de la meua consciència parlen les obres, no vaig robar ni vaig matar, no he desitjat la dona del proïsme, he salvat l’enemic en tràngols angoixosos, no he odiat mai, vaig socórrer al necessitat quan no ho he sigut, vaig complir les meues promeses, encara que d’això em vinguera dany, vaig amar els meus pares, amo a la meua esposa i als meus fills, amo al proïsme quasi com a mi mateix; encara que, hi ha per ací cada proïsme! Sóc amic lleial i sent vivament la gratitud, virtuts excelses que per si soles caracteritzen l’home honrat’. Noció de Deu, que unes línies mes endavant encara la concretarà més: ‘al Déu que porte en la meua consciència i que em negue a revelar, perquè exhibir el sagrat és menysprear-ho o fer-ho instrument de baixes ganes. El meu Déu no és el de la religió romana. Per això, sens dubte, vaig ser excomunicat.’
Altres perles dites per ell i que reforcen la idea que d’ell tenim d’home honest i coherent, poden ser les que apareixen al llarg dels seus escrits i que sel.leccionem a continuació, sense cap comentari, ja que parlen per elles mateixa:
"Malgrat els anys que vaig dedicar a la política, jo no era polític, no ho vaig ser mai i, victoriosa la República demà, tampoc no ho seria". Una afirmació tan contundent necessita duna raonable explicació: "Política és ocultar, callar o defensar les malifetes quan les comenten els amics. I jo no he sabut fer tal cosa. Polític és qui dóna la raó als amics, encara que no la tinguen i no la reconeix als enemics, si la tingueren...".
"No sóc ambiciós perquè a això s’oposen el meu pudor i un sentiment de dignitat
La senzillesa i la sinceritat són per a mi l’adorn més preat i els títols més alts."
Seria excesivament pretenciós, i sens dubte no respondria a la realitat, voler afirmar que esta forma de ser i actuar de Marco Miranda respón al fet de ser maçò. Ell és un home de fortes conviccions ben arrelades, que estàn dintre d’ell, i es en el si de la maçoneria on es trova cómode, ja que es un medi idoní per a desenvolupar-les. Si ell no les haguera tingut, la maçoneria no li les hauria sabut ni pogut impossar.
I ja per a acabar, vul llegir-vos la sentencia que contra ell va dictar el Tribunal de Represión contra la Masonería y el Comunismo, el dia 9 de gener de 1942, quan estava amagat a casa de la germana a Burriana: ‘''FALLEM: Que hem de condemnar i condemnem el processat en rebel·lia Vicente Marco Miranda, com a autor d’un delicte consumat de Maçoneria amb la concurrència  de sols circumstàncies agreujants de la responsabilitat criminal, a la pena de trenta anys de reclusió major i accessòries d’interdicció civil durant el temps de la condemna i inhabilitació absoluta perpètua per a l’exercici de qualsevol càrrec de l’Estat, Corporacions públiques o Oficials, Entitats Subvencionades i Empreses Concessionàries, Gerències i Consells d’Administració d’Empreses privades, així com càrrecs de confiança, comandament i direcció de les mateixes separant-lo definitivament dels al·ludits càrrecs...

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