Presentación:
Buenas tardes a todos, gracias
por acompañarnos.
En primer lugar quiero agradecer
en nombre de la Asociación Socio-Cultural Doctor Simarro al Club Diario Levante
el haber incluido dentro de su intenso programa de actividades esta Mesa que
forma parte del conjunto de actos que iniciamos en estos momentos con motivo
del Homenaje que deseamos tributar al periodista, político y masón Vicente
Marco Miranda, quien fue ilustre en todos sus términos.
También queremos agradecer a sus
familiares las facilidades que nos han dado, al poner a nuestra disposición
todas las pertenencias que conservaban del homenajeado, y en especial a su hijo
Felix, quien acogió nuestra irrupción en su casa con mucha paciencia y cariño.
A mi, como representante de la la
Asociación organizadora, la Doctor Simarro, y miembro de la colaboradora, la
G.·. L.·. Federal Valenciana, solo me queda justificar el conjunto de
actividades que componen el acto de homenaje a Vicente Marco Miranda.
¿Por qué un Homenaje?, porque la
memoria colectiva es débil y con los tiempos que corren mas todavía.
Actualmente, tiempos en exclusiva del presente, se pierde en todo momento la
perspectiva histórica, del donde venimos, de manera que nos resulta difícil
preveer hacia donde vamos, o mejor dicho, hacia donde nos arrastran.
Es nuestra pretensión, ir
recuperando personajes de nuestra historia, cuyo comportamiento pensamos que
puede servir de modelo para las nuevas generaciones, incluso las no tan nuevas.
No es fácil que en la actualidad
se admire a personajes públicos honestos, incapaces de enriquecerse
aprovechando las circunstancias de su pase por las estructuras de poder, este
es un valor añadido que queremos destacar; los hay mucho más, que los distintos
invitados a esta mesa, irán desgranado y que todos ellos ratificarán nuestra
elección.
Creemos que Vicente Marco Miranda
reúne muchos de los requisitos que para nosotros lo hacen merecedor de un
reconocimiento colectivo mayor, y también estamos seguros, que no es casual que
al hacer de la coherencia y de la honestidad una especie de divisa particular,
haya encontrado en la Masonería un medio idóneo para afirmarlas como norma de
comportamiento, sobre todo en tiempos convulsos como los que le toco vivir.
Este es para nosotros un valor añadido.
Me gustaría contar una anécdota
que aparece dentro del expediente sancionador del Tribunal de Responsabilidades
Políticas:
Cuando como medida preventiva
ante una posible condena pecuniaria por Responsabilidades políticas, el juez
instructor ordena que se incauten todo los bienes que estén a su nombre. Uno de
los órganos de información son los Servicios de Falange, quienes al ver las
pocas propiedades que tiene Marco Miranda, no encuentran muchas explicaciones,
a su corto juicio, lógicas y emiten el siguiente informe el 19 de octubre de
1939: ''Investigados sobre los bienes del informado, se tiene conocimiento
de que este individuo ha vivido siempre de la trampa principalmente, de cuantos
extraperlos políticos conocía y fomentaba, habiendo sido siempre un
malgastador, porque de otra forma hubiera retenido algunas propiedades; sabiéndose
que en el cercano pueblo de Godella era propietario de un chalet, que según
referencias vendió hace algunos años, no conociéndosele actualmente mas que
aquello que ha invertido en el chalet del Barrio de Periodistas''.
No concebian los jerarcas
falangistas la honestidad en un político.
En el acto de hoy teníamos
previsto que la primera intervención corriera a cargo de Félix Marco Orts, hijo
de Vicente, el cual nos tenia que hablar de su padre como un hombre de su tiempo. Su avanzada edad,
no le ha permitido estar físicamente con nosotros en estos momentos, pero por
no a querido estar ausente en estos momentos y ha redactado unas notas que nos
leerá su sobrino y también nieto de
Vicente, Tulio Marco.
En segundo lugar el escritor y miembro del Consell Valencià de Cultura,
Vicente Muñoz Puelles, nos hablara sobre Marco Miranda como periodista y escritor.
A continuación Francesc Pérez
Moragón, ensayista y miembro de la Cátedra Fuster, nos hablará de Vicente como político.
Para finalizar Edelmir Galdón
Casanoves nos hablara sobre su vertiente masónica.
Agradecer, por último, vuestra
presencia en este acto, que nos sirve de estímulo para continuar trabajando en
el futuro en esta línea, y solo me queda recordaros que mañana a las 20 horas
en la Societat Coral El Micalet, calle Guillen de Castro, 73, inauguramos la
exposición
Marco Miranda: Un político con principios.
Con el epilogo: Unas pinceladas sobre la Masonería.
Gracias a todos.
VICENTE MARCO MIRANDA, un masón
republicano
-
visto por su hijo, Félix Marco Orts -
Vicente Marco Miranda nació en 1880 en
Castellón, donde quedó al cuidado de sus abuelos. Con ellos, a los seis años se
trasladó a Burriana, donde vivió con su familia hasta los veinticinco. Época
que recordará siempre, son sus palabras “con cariño y emoción”. Tras una breve
carrera eclesiástica, la iniciación en el anarquismo, su paso a la política
activa como republicano, el periodismo local y finalmente, en 1905 su traslado
a Valencia para ingresar en la redacción de “El pueblo”, el periódico fundado
por Blasco Ibáñez que ahora dirigía Félix Azzati.
El periódico era el órgano de combate del
partido republicano que lideraba Azzati y a él se incorporó pronto. Fue
la etapa que Ramiro Reig estudió en su obra “Blasquistas y clericales”
(Institut Alfons el Magnànim, 1986), que se cierra en 1911 con la pérdida de la
mayoría municipal republicana. Nombrado Redactor-Jefe, hasta 1923 su vida fue
de entrega total al periódico y al partido, y su participación fue decisiva en
la recuperación de la coalición republicana y de su hegemonía en el gobierno de
la ciudad.
Dura campaña que enfrentó a blasquistas,
por un lado, y a católicos -La Liga- y tradicionalistas -carlistas- por otro, según
el esquema de Reig. Más violenta fue la que libraron blasquistas y
sorianistas, que decidió a Blasco Ibáñez a abandonar Valencia. Como más
tarde la que enfrentaría al PURA de Azzati con el Partido Radical
Socialista, constituido con disidentes de aquél. La represión franquista tuvo
la virtud de reunir de nuevo a los republicanos: todos fueron igualmente
perseguidos, encarcelados y fusilados.
Cierran su experiencia municipal dos hechos
desagradables.
Primero, su salida
de “El Pueblo” tras rechazar una imposición del presidente del partido, Azzati,
que consideró arbitraria e injusta; una decisión que le supuso un grave
quebranto económico, pues era un Redactor-Jefe muy bien remunerado.
Segundo, la proclamación de la Dictadura
-Septiembre de 1923- que se negó a aceptar y le hizo renunciar a su puesto de
concejal -en ese momento era Primer Teniente de Alcalde-. Otro quebranto
económico. La ruptura con Azzati fue en defensa de su dignidad; el abandono del Ayuntamiento, un acto de
coherencia política. Para él, más importantes que el cuidado de su economía.
Su oposición a la Dictadura le llevó a una
larga y penosa experiencia de conspirador, con persecuciones, cárcel y pérdida
de su modesto patrimonio. Dejó su testimonio en el libro “Las conspiraciones
contra la Dictadura” (Zeus. Madrid, 1930), que tuvo una segunda edición en 1975
(Tebas. Madrid) con prólogo de Alfons Cucó.
La llegada de la República, que debió
iniciar una etapa de satisfacciones personales, lo fue también de desengaños y
de desilusiones al descubrir la verdadera personalidad de los políticos en
quienes había confiado. Si el 15 de abril de 1931 la Junta Provisional le
nombró Alcalde Provisional de Valencia, una decisión que venía recompensar sus
años de sacrificio por la República.
A los tres días hubo de dejar el cargo al
ser nombrado gobernador civil de Córdoba. Desagradable experiencia en una
provincia dominada por los caciques tradicionales (Niceto Alcalá-Zamora,
que pronto sería nombrado Presidente de la República, era uno de ellos) y en la
que nada pudo cambiar en los pocos meses que desempeñó el cargo.
Elegido diputado, se vió ligado a un
partido de Valencia cada vez más alejado del ideario compartido con Azzati,
pero cuya disciplina aceptaba para no deshacer lo que con aquél había contribuido
a edificar con gran sacrificio personal. En las Cortes con el PURA integrado en
la minoría radical de Lerroux, hubo de guardar silencio por idénticos
motivos. La alianza de Lerroux con la derecha revanchista y la adhesión
del PURA a ese pacto, le decidieron a tomar la decisión tanto tiempo aplazada.
Dejó primero la minoría radical, el PURA después y, de acuerdo con un grupo de
compañeros de ideas afines, Julio Just, Faustino Valentín, Héctor
Altabás y Vicente Alfaro, entre otros, fundaron “Esquerra
Valenciana”, que incorporó a muchos casinos autonomistas y se extendió
pronto a Castellón.
Aún tuvo ocasión, en aquellas Cortes,
dentro de la minoría radical, de salir en defensa de la Masonería y de los
generales López Ochoa y Cabanellas, masones ambos. Estuvo solo en
esa defensa, silenciosos los masones del Partido Radical, alguno de ellos en el
Banco Azul.
La revolución de octubre de 1934
reanimó al periodista. Tomó el primer
tren que llegaba a Oviedo, una vez vencida aquella, y durante tres días estuvo
visitando las zonas más castigadas por la represión. Su denuncia en las Cortes
de los crímenes que allí se estaban cometiendo, solo en un hemiciclo exasperado
que exigía la mayor dureza con los prisioneros, proclamaba quizá su ingenuidad,
pero también su entrega en la defensa de una legalidad que obligaba a los
mandos militares y del orden público a respetar los derechos de los detenidos.
Libre ya en el Congreso, se integró en la
minoría de la Izquierda Republicana, donde se reencontró con viejos y buenos
amigos, Oscar Esplá y Álvaro Pascual Leone, entre otros.
Con ellos participó en la actividad parlamentaria que silenció en sus Memorias,
pero quedó reflejada en el Diario de Sesiones del Congreso. Fue el final de la
legislatura, con los procesos que culminaron con el desprestigio político de Lerroux
y la expulsión de Sigfrido Blasco.
En las elecciones de febrero de 1936 fue
elegido diputado por Valencia con la candidatura del Frente Popular. Como
Izquierda Republicana ya no necesitaba su concurso, de acuerdo con sus
compañeros de partido se adhirió a la minoría de “Esquerra Republicana de
Catalunya”, la más afín a sus ideas.
La sublevación militar de Julio de 1936 y
los cambios políticos que tuvieron lugar en la zona republicana le afectaron
profundamente. Hizo cuanto pudo en defensa de las personas perseguidas por sus
ideas políticas o por sus creencias religiosas y salvó vidas y haciendas,
enfrentándose a veces a grupos incontrolados que en los primeros meses actuaron
con violencia. Denunció los atropellos ante los organismos que intentaban
recuperar el orden público y dejó el Ayuntamiento por su desacuerdo con la
orientación impuesta. Pero cumplió con sus deberes de diputado asistiendo a las
sesiones de Cortes celebradas, en Valencia primero, luego en Cataluña. Por lo
demás, su partido contribuyó al esfuerzo militar con mandos como José
Benedito y el Coronel Tirado. Y manteniendo su programa
nacionalista, redactaron un Anteproyecto de Estatuto de la Región Valenciana
que presentaron en febrero de 1937.
Cuando al final de la guerra y la victoria
franquista eran ya evidentes, todavía consideró que la lealtad le obligaba a
permanecer en España esperando instrucciones de su gobierno, y, de hecho,
rechazó algún ofrecimiento de llevarle al exilio. El golpe de Casado
terminó con la legalidad que él respetaba y la inmediata entrada de las tropas
franquistas en Valencia le obligó a convertirse en un “topo”, primero oculto en
Valencia, luego, desde el verano de 1941, en Burriana, donde le acogieron sus
hermanos.
Leer y escribir fueron las tareas que
ocuparon sus días de forzada reclusión. Aparte las dos obras publicadas, “In
illo tempore” (Consell Valencià de Cultura, 2002) y “Cuatro Gatos”
(Institució Alfons el Magnànim, 2005), edición con notas de Vicent Franch i
Ferrer, escribió novelas, cuentos, ensayos de divulgación histórica y un
“Diario” de su estancia en Burriana. A pesar de los cuidados de sus hermanos,
la prolongada vida sedentaria había ido deteriorando su salud. Hacia 1946 pidió
reunirse con nosotros en Valencia, cosa nada fácil dadas nuestras condiciones,
todavía precarias y sin domicilio propio. Al final del verano mi hermano Tulio
pudo traerle a un chalet de La Malvarosa, generosamente cedido por un gran
amigo, Rafael Talón.
Fue una estancia breve. En diciembre sufrió
un accidente vascular cerebral con hemiplejia y coma. La muerte le sobrevino en
las últimas horas del día 23. No cesaron aquí nuestras tribulaciones. Se
necesitaba la autorización eclesiástica para el entierro civil y hubo que esperar
a la madrugada para obtener en el Palacio Arzobispal el documento que permitía
abrir el cementerio civil.
Para no comprometer a la familia Talón, un
furgón condujo el féretro hasta el puente de Aragón, donde pasó el coche
fúnebre y allí se inició la marcha por la Gran Vía, con la única compañía de
los amigos de mi padre que lo habían dispuesto todo. Pero poco a poco vino
llegando gente hasta formar una gran masa silenciosa que nos acompañó hasta el
final de la avenida, donde se despidió el duelo. La noticia había circulado
durante la noche y amigos represaliados, muchos que no le habían conocido, se
unieron al homenaje al político republicano. Fue la primera manifestación
antifranquista en Valencia. El 24 de diciembre de 1946.
Suponer ahora que habría hecho la justicia
militar contra Marco Miranda preso es tarea inútil, ante tanto
proceso arbitrario que terminaba con la sentencia de muerte y el visto bueno
del dictador. Solo por su pertenencia a la Masonería, el grado alcanzado y su
defensa en las Cortes, hubiera sido fusilado.
Podía pensarse que su dedicación absorbente
al periodismo y la política haría difícil una vida familiar normal. Por el
contrario, siempre estuvo con nosotros, preocupado por nuestros estudios,
interesado por nuestras ideas y opiniones, no siempre coincidentes con las
suyas. Tuvimos una educación laica y liberal, sin imposiciones doctrinarias ni
aleccionamientos políticos. Obró siempre como le dictaba su conciencia. Nunca
hemos criticado su conducta, que siempre hemos admirado. Nos dejó la mejor
herencia, un hombre respetado.
Félix Marco Orts
junio 2012
MARCO MIRANDA, ESCRITOR Y
PERIODISTA
Lamento no poder estar ahí
esta noche, para recordar con ustedes a Vicente Marco Miranda. Compromisos
anteriores, que confiaba poder eludir, me lo han impedido. Vayan, pues, por
delante, mis disculpas, aunque escribir esto es también un modo de estar ahí
Hace muchos años –imagino
que a finales de los sesenta o principios de los setenta–, mi padre me enseñó un cuaderno escrito a mano, con una
letra regular y sin tachaduras. Me contó que lo había escrito Vicente Marco Miranda,
padre de Félix Marco.
Félix era amigo de la
familia, del mismo modo que su padre, Vicente Marco Miranda, lo había sido de
mi abuelo, Ricardo Muñoz Carbonero.
Mi padre siguió diciéndome
que el padre de Félix Marco había escrito aquello durante el período en el que
había estado escondido, es decir desde el final de la guerra hasta 1946, fecha
de su muerte.
Y Félix quería saber si mi
padre opinaba que la lectura de aquel cuaderno –tenía muchos otros, al parecer–
podía suscitar algún interés. Es decir, si valía la pena publicarlo. Le pedí
que me lo dejara, más que nada por los aspectos novelescos de la propia
historia, y aquella misma noche, en la cama, leí fascinado cómo Vicente Marco
Miranda había tomado el tren, desde Valencia a Madrid y luego a Oviedo, para
asistir a los acontecimientos de la revolución de Asturias de octubre de 1934,
que acababa de fracasar.
Durante varios días, había
seguido las huellas de la represión del Tercio y de los marroquíes, y había
visitado las casas donde había habido víctimas, tanto en Oviedo como en Gijón y
otras poblaciones.
Con el corazón en vilo,
seguí leyendo acerca de los graves peligros que había corrido –estando allí
asesinaron al periodista Luis de Sirval, valenciano, que se alojaba en la misma
fonda gijonesa– y que Marco Miranda contaba con ejemplar modestia y sin
alardes, como si le hubieran ocurrido a otro.
También leí cómo, a la
vuelta a Madrid, donde era diputado, Marco Miranda había interpelado al
Gobierno, para que informara sobre la magnitud de la represión. Le habían dado
ocasión de hablar en las Cortes, pero su voz apenas había podido oírse, a causa
de los continuos abucheos de la mayoría parlamentaria. Y luego, creyendo que no
se atrevería a hacerlo, le habían desafiado a denunciar los hechos.
Al día siguiente de su
intervención en el hemiciclo, Marco Miranda había entregado la denuncia
personalmente al Fiscal de la República, con exposición de los sucesos y
relación de testigos y de víctimas. Y, al cabo de unos meses, le había llegado
copia de la resolución del Auditor de Oviedo, que cínicamente lo desmentía
todo.
Aquella lectura fue para
mí una de esas lecciones de realismo político que no se olvidan con facilidad.
Naturalmente, le dije a mi padre que el texto me había interesado mucho –por
entonces no siguiera era consciente del significado de la revolución de 1934–,
y que creía que a cualquier lector le sucedería lo mismo.
Años después, en 2005,
estando en el Consell Valencià de Cultura, tuve ocasión de proponer que se
publicasen las Memorias de Vicente Marco Miranda, In illo tempore, de las cuales aquellas páginas que yo había leído
más de treinta años antes no eran sino una minúscula fracción. Incidentalmente
diré que, entre las publicaciones del CVC, es una de las que más éxito ha
tenido, gracias, sin duda, a la amenidad del autor.
A veces vuelvo a leerlas
en la edición impresa, intentando recuperar aquella primera impresión que tuve
ante el original, y me imagino a Vicente Marco Miranda en su encierro
involuntario, escribiendo pulcramente a mano, para no hacer ruido, y raspando
las faltas o errores con una hoja de afeitar. Porque, si lo recuerdo bien, cosa
que dudo, en algunas páginas del cuaderno se percibían las escasas
correcciones, pero solo al trasluz.
Debió pensar que contaba
con todo el tiempo del mundo, siempre que la policía franquista, que debía
creerlo muerto o en el exilio, no lo encontrara. Y en cierto modo sí contaba
con ese tiempo, que supo administrar. Porque, entre 1939 y 1946, fecha de su
muerte en un chalet de la Malvarrosa que yo llegué a conocer de niño, escribió
una larga serie de libros, de los cuales su hijo, Félix Marco Orts, ha
transcrito pacientemente seis, al menos que yo sepa:
1)
In illo tempore. Memorias,
que ya hemos mencionado y que terminó de escribir en 1942. Publicado en 2005.
2)
Cuatro gatos, (Memorias 1939-1942),
que en 2007 fue editado por la Institució Alfons el Magnànim, en edición del
propio Félix Marco y de Vicent Franch. Es una narración, con frecuencia
humorística, de su itinerario clandestino por diferentes viviendas, donde se
relacionó con cuatro gatos distintos.
3) Villetita. Novela satírica inédita, escrita entre junio y julio de
1939. Situada a finales del sigo XIX, cuenta la historia de una ciudad,
Villetita, contracción acaso de Villa de Tito, por ser este emperador quien la
fundó. Está dedicada al lector desconocido y cuajada de personajes y escenas
hilarantes.
4) Iberuela. Novela histórica. Sátira mordaz, inédita, que cuenta el
advenimiento de la República, la guerra y la represión llevada a cabo por los falangistas
en Iberuela, villa mediterránea de dos mil trescientos habitantes, situada a
media legua escasa del mar. Escrita del 28 de septiembre al 11 de noviembre de
1942.
5) Cartas a mi nieto, libro inédito, terminado en septiembre de 1944.
Es una obra en forma epistolar, dirigida a un posible nieto que aún no había
tenido y que no llegaría a conocer, donde le habla sobre la guerra y le informa
y previene sobre temas relacionados con la historia, la religión y la política.
6) Dietario 1939-1944, libro inédito, cuya última entrada es del 27 de
diciembre de 1944, donde informa, entre otras cosas, de las vicisitudes de la
segunda guerra mundial, que sigue con atención, y del proceso de elaboración de
sus restantes libros, de los que de vez en cuando hace copias en limpio.
Hay más, naturalmente, e
incluso cuentos y teatro en valenciano, que conozco solo de oídas, y una
traducción de La Farsalia que no
llegó a editarse, pero el conjunto es lo suficientemente valioso como para dar
idea de la importancia de este autor, que antes de haberse visto obligado a
convertirse en topo publicó un solo libro, Conspiraciones
contra la Dictadura, de cuya primer edición, la de 1930, conservo un
ejemplar, dedicado cariñosamente a mi abuelo.
Sabido es que Marco
Miranda también fue corrector, redactor y redactor jefe, durante muchos años,
del diario El Pueblo. Poco puedo
decir de esa fase, al menos desde el punto de vista literario. Como muchos
periodistas, seguramente tuvo que escribir demasiado.
«Una madrugada»,
cuenta él mismo en In illo tempore, «el regente de la imprenta Antonio Canet, me dijo
que había contado las cuartillas escritas por mí, y que eran ciento veinte.
Algunas noches se me agarrotaban los dedos y sentía principios de
desvanecimiento. Tenía que parar de vez en cuando, daba unos paseos por la
redacción y volvía a la tarea.»
Pero el periodismo debió
darle también una disciplina, una facilidad para escribir en cualquier
situación y un sentido de la concisión y de lo que cabía decir en cada momento,
que no todos los escritores tienen, y que le fue muy útil cuando llegaron los
tiempos difíciles y tuvo que orientarse hacia los libros de memorias y las
novelas. En aquellas circunstancias de estrechez y de peligro, el dominio del
oficio y la convicción de que podía transmitir lo que pensaba y sabía, aunque
no podía estar seguro de que alguien fuese a leerlo algún día, debieron ser un
gran consuelo.
Mi relación personal con
Vicente Marco Miranda, a quien obviamente no llegué a conocer, tiene otra
curiosa derivación.
Mi madre, Amaya Puelles,
llegó de Asturias a Valencia en 1937, a los dieciséis años, poco antes de la
caída de Gijón. En mi novela La guerra de
Amaya, que se publicó en 2010, mi madre se hospeda en una casa donde vive
un hombre oculto, Arnaldo Laguardia, que traduce La Iliada a escondidas y le cambia el final, para que ganen los
troyanos. El improbable seudónimo de Arnaldo Laguardia, por el que pido
humildemente perdón, no puede ocultar que en realidad se trata de Vicente Marco
Miranda, sorprendido en sus tareas literarias clandestinas.
Sería deseable que alguna
vez tuviéramos ocasión de leer las obras literarias completas de Vicente Marco
Miranda, si es que no sigue escribiendo aún desde algún lugar que desconocemos,
y pudiéramos restituirle al puesto que merece.
Es todo. Muchas gracias.
Vicente Muñoz
Puelles
Marco Miranda: I també
masó.
Abans d’entrar en la materia propia que em correspon en esta
mesa, voldria destacar un aspecte sorprenet en la vida de Vicent Marco Miranda:
en plena orgia represiva del franquisme,
recen acabada la guerra civil, mentres les forces policials i falangistas
anaven recollint informació sobre els perdedors, mentres els tribunals, que
n’hi havien més que fongs, anaven jujant i condemnant a tots els que cauien
sota les seus urpes, Marco Miranda, una vegada conseguida certa estabilitat
en la seua vida clandestina al amagar-se en Burriana, va començar a escriure un
grapat de textos, de tipus confesionals i memorialístics. Ell vivía com un topo, amagat de tots meyns d’un grup
reduit d’amics i familiars que l’ajudaven a sobreviure. I es va dedicar a
escriure tot el que desde la memòria
pugue recuperar de la seua vida; va fer balanç de la activitat política, de les
seus creencies i conviccions, sense ningun limit a excepció del que imposava el
decor en relació als personatges pròxims. Si tot aquells escrits hagueren
caigut en mans dels jutjes militars, dels del Tribunal de Repressió de la
Maçoneria i el Comunisme, dels de Responsabilitats Polítiques, de les Juntes de
Depuració de Professionals o molts d’altres que formaven l’entramat repressiu
del moment, [¿]quan hagueren disfrutat, en aquelles proves a les seues mans?.
La condeman hauria segut, sens dubte, la màxima, la pena de mort, tenint una autoinculpació de tots els crims possibles atribuibles als rojos i
maçons. Fou molt valent al escriure tot alló en el moment i en els
condicions en que ho va fer.
Gracies a aquestos escrits huí podem coneixer millor al
personatge que volem homenatjar i tenim també més motius per a admirar-lo, o al
meyns aixó em pasa a mi.
Vicent Marco Miranda va ingresar ja de major a la maçoneria,
quan tenia més de quaranta anys, i ho va fer com molts, per curiositat; anà de
la mà d’un amic i company , José Baixauli, que era aleshores regent de la
imprenta de El PUEBLO.
La ceremonia d’iniciació tingué lloc a la Logia Patria Nova
de València, i li va resultar prou desconcertant, tal i com ho va confesar més
tard: ‘Sol, en la Cambra de Reflexions,
l’espectacle em va paréixer pueril. Aquella llum, aquella calavera, aquelles
màximes escrites en la paret, el misteri
que em va rodejar a l’arribar, embenats els ulls, em predisposaven en contra…
Quan van donar la llum, vaig creure
advertir quelcom de ridícul en la decoració del temple, el ritu, les insígnies
i l’actitud dels circumstants, coneguts meus alguns.’
No obstant aixó, ben promte se’n va adonar de que els
principis d’aquesta organització hi podien ser ben útils per a afirmar i
consolidar les propies conviccións: ‘Sóc
maçó i ho tinc per singular fortuna, perquè en els principis maçònics troben
satisfacció, com cal, els meus més purs sentiments.’
Amb el nom simbòlic de Liberto,
va anar progresant dintre de la Maçoneria, desempenyant distints càrrecs i
funcions fins a arribar a ser elegit Gran Mestre de la Gran Lògia Regional de
Llevant, en el moment en que el Grande Oriente Español es va estructurar
federalment. També en el filosofisme fou constant el seu perfeccionament, fins
arribar a ser exaltat per al grau 33, últim en el ritu Escossés Antic i Aceptat
que era el que practicava, passant a formar part del Suprem Consell.
La seua llarga trajectoria
dintre de la orde, li permet arribar a definir-la com alló que facilita i
propicia el: ‘respecte d’un mateix i del
semblant, i és llibertat de pensament i de consciència; és també religió –de
reliquere- o unió d’hòmens de bona voluntat i de bons costums, sense distinció
de creences ni de races, dedicada a la perfecció de si mateix i al progrés dels
pobles; es coneix doctrina millor?’
Els quaranta primers anys del segle XX es viuen a
Espanya farcits de fortes convulsions,
de durs enfrontaments socials, de trencaments amb sistemes polítics arcaics i
lluites per cercar noves formes de convivència més acompasades amb el progrés
social. Tot aixó en mig de una dictadura, de la proclamació d’una República, de
les fortes tensions entre els que la volen consolidar i els que veuen en ella
un obstacle per al seu domini ancestral; amb un final conegut d’una sublevació
militar i una guerra civil, que dona com a resultat la victòria franquista.
Realment no son temps propicis per a propostes ben
intencionades i la lluita política bastardeja; no resulta gens fàcil buscar la
col·laboració entre els pròxims ideològics. Totes les organitzacions, ja siguen
cíviques o polítiques, es veuen arrosegades per aquesta convulsa
situació i reprodueixen al seu si l’ambient de tensió que dominava al conjunt
de la societat. També afecta, com no, al funcionament de les lògies. Marco
Miranda ho viu de ple, i és aixó el que él fa afirmar: ‘No faltaven els que buscaven en
la Maçoneria mitjans de triomfar en la política o suport en els seus afanys
d’orde econòmic. Els més perillosos eren els polítics...
Llavors les Lògies, especialment a
Madrid, admetien amb molta facilitat a polítics que les suposaven
propícies a les conspiracions. Van
ingressar Azaña, Barnús, Giral, Pepe Salmerón i molts altres republicans
significats i també militars. I allò que pareixia donar-los vida va ser la
causa de la seua decadència…’
El desplaçament dels
polítics i les seus lluites al sí de la
maçoneria, les iniciacions per conveniencies alienes al interés per la
institució, fan que molts maçons de convicció es troben incòmodes dintre
d’aquesta nova situació que domina en les lògies i es veuen impel·lits a
allunyarse dels temples, convertits en cenacles cosnpiratius, fins qu’els
arrivistes, vist que allí no es cobrien les seus expectatives, se’n van anar
d’allí. Marco Miranda va ser un dels que es va distanciar en eixos moments de
la orde: ‘Molts maçons –jo entre ells-
que ens havíem esforçat per mantindre l’esperit propi de la Maçoneria, ens vam
allunyar de les lògies; jo a penes si les vaig visitar des de llavors. Les van
abandonar després, al seu torn, els que van veure defraudats els seus propòsits
revolucionaris, que no van trobar, a la fi, ambient adequat.’
Sens dubte, l'exemple més cridaner d'un ingrés per conveniència, siga el de Manuel Azaña. A principis de 1932, quan les relacions amb els socialistes anaven prou deteriorades,
buscava constituir un govern de concentració republicana, però l'aproximació de les distintes faccions no resultava gens fàcil: azanyistes i lerrouxistes anaven sempre a la grenya per vore
quina tendència resultava dominant. En aquells moments el Grand Orient Espanyol tenia una marcada influència del partit radical, i sembla que Azaña va acceptar ingressar-hi amb l'objectiu
d'assolir la desitjada confluència republicana. Altra explicació no es pot trobar a les notes despectives
escrites al seu diari, un més després de la seua iniciació i tot just quan s’evidència el fracàs de la maniobra de
la convergència republicana:
"En la cerimònia de
dimecres, enorme concurrència. No s'hi cabia als salons del carrer Príncep.
Allò m'importava ben poc i, durant els preliminars vaig estar temptat
d'anar-me'n.
Hi havia quatre ministres, i
Barcia, amb una cadena d'or. Martínez Barri [aleshores, vice-president del Partit Radical] que és un gran
Capitost en la Casa, no ha assistit; potser pel ressentiment d'aquests dies.
Qui veritablement és terrible, és Hernández Barroso [Mateo], pels discursos que
amolla. A més a més, Teòsof."
En aquest punt, podem vore que tant Azaña com Marco Miranda
tingueren una impressió semblant sobre la cerimònia d’iniciació, la diferència
està en que al primer alló no l’interesava gens i ho despreciava ja que era una
altra cosa la que allí buscava, i en canvi el segón estava ineresat en
aprofundir en els seus significats i arribàr a comprendre’ls.
Per altra banda, es considera desde dintre de la maçoneria
que la condició d’iniciat no es perd, encara que uno haja deixat de ser membre
actiu, si sol·licita alló que s’anomena ‘planxa de quite’, formula que suposa
la suspensió temporal de les obligacions administratives i presencials respecte
a la Logia, però no respecte de la Maçoneria, deguent-se de mantindre vius els compromisos ètics i personals als
que es va comprometre. En açó vullg fer referència al cas del general Lòpez
Ochoa, maçò actiu, almeyns fins a 1933, any en que segons algunes fonts, demana
la ‘planxa de quite’ a la Gran Lògia Regional del Nor-oest a la que pertanyia,
per les mateixes raons per les que durant algún temps Marco Miranda s’anyunyà
de la orde. No obstant aixó, tots dos seguien
vinculatas pel principi de fraternitat,
tal i com queda reflectit en l’anecdota que ens relata Vicent: sofocada la
revolució d’Asturies en octubre de 1934, Marco Miranda es va dsplazar
inmediatament al lloc dels succesos, per a elaborar un informe sobre els
excesos repressius duts a terme per les forçes militars d’ocupació. Aleshores
López Ochoa era la máxima autoritat militar del sector, encara que havia sigut
relegat de l’actuació represiva, i Marco Miranda ens conta que : ‘jo havia decidit visitar l’endemà al general López Ochoa, maçó i amic
meu des de la Dictadura de Primo de Rivera....
Li vaig participar que un dels
detinguts més destacats, Teodomiro Menéndez Fernández, era maçó, la qual cosa
obligava al meu interlocutor a protegir-lo. Així ho va prometre, estranyat de
que aquell, amb qui havia parlat feia uns dies,
no li haguera revelat aquella afiliació... Em va oferir un salconduit
per si em proposava visitar alguns pobles.’
Teodomiro Menéndez va ser jutjat i condemnat a mort; siga per
les raons que siga, va ser un dels que se'ls va conmutar la pena i no fou
executat.
Marco Miranda també va tindre un altra actuació pública
significativa, en defensa de la maçoneria, en un moment difícil en que les
circumstancies no eren les més propicies.
A principis de 1935, quan encara
estaven obertes i sagnat les ferides en la societat espanyola per la revolució
d’octubre de 1934, governava el pais una coalició de dretes prou inestable i
que estava formada pels republicans de
Lerroux i les forces conservadores catòliques aglutinades per Gil Robles. Els sectors més dretans de
carlins i monàrquics volien atraures a les forces de Gil Robles i dinamitar
l’enteniment amb els lerrouxistes; l’objectiu era acabar amb la República. Per
a conseguir-ho van tensar les relacions fent una proposta a les Corts el dia 15
de febrer de 1935, presentada pel diputat de Renovación Española Dionisio Cano
López ,per a que fora aprovada per la Càmera una ressolució per la qual cap membre de les forces armades poguera
pertànyer a la maçoneria. Per a recolzar la seua intervenció va presentar una
llarga llista de militars maçons. En el fons se’ls acusava d’una banda de falta
de patriotisme, i per una altra de fer política pel sols fet de ser maçons....
Darrere de tot això hi havia provocar l’enfrontament entre catòlics i maçons
que formaven part de la majoria guvernamental i en segón lloc desplaçar als
militars més signifacats per les seus conviccións republicanes i que en molts
casos coincidien amb la pertinença o simpatia cap a la maçoneria.
Els lerrouxistes i gil-roblistes
anaren en compte de trencar la coalició, i van defugir fer una defensa els uns
i un atac els altres, vers la maçoneria, mirant en certa forma cap a un altre
costat: sols la veu de Marco Miranda es va alçar per a defensar a la maçoneria
i als sis militars d’alta graduació, que amb nom i cognoms foren denunciats al
parlament. Marco Miranda ho relata de la seguent manera: "En altra ocasió, les dretes
organitzaren una acció parlamentaria contra la Maçoneria, amb el pretext que
desmoralitzava l'Exèrcit, on hi havia maçons com Cabanellas o López Ochoa.
Atacar en ple parlament a dos generals era, sens dubte, per a aquelles persones
d'ordre, una manera de fomentar la disciplina i la moral de l'Exèrcit. En el
banc blau seien alguns ministres maçons, tots els lerrouxistes. Ningú va
defensar la Maçoneria. Tampoc des dels bancs en que em trobava, els d'Esquerra
Republicana, s'alçava cap veu. Vaig demanar la paraula per al·lusions.
- Senyoria, vostè no ha estat al·ludit, em va dir el president Alba, que
m'era poc favorable.
- Ho he estat -vaig replicar- perquè sóc maçó i s'està atacant la meua
Orde, que es troba absent ací, tal com ho estan els generals Ochoa i
Cabanellas. Puc parlar, doncs, per defensar els absents.
I vaig fer un defensa de la Maçoneria.”.
Pasada la intervenció incomoda en el
parlament, pocs mesos després, sense donar-li cap importància, el tàndem Gil
Robles- Franco Bahamonde, aquest últim recent nomenat cap de l’Estat Major de
l’Exèrcit, van cesar dels seus llocs de comandament al sis militars denunciats
com a maçons.
Aquestes anècdotes que posen
de manifest les arrelades conviccions maçòniques que tenia Marco Miranda, fins
al punt de fer intervencions públiques en la seua defensa, quan molts dels seus
‘germans’ callaven per por o per conveniència, ens obliguen a endinsar-nos més
en el seu pensament, en la coherència manifestada entre conviccions i
actuacions, en un polític que va ocupar càrrecs públics al llarg de 28 anys.
També, com ell mateix escriurà desprès, amb comportaments com el descrit per
part dels membres de l'orde presents en les Corts, es posa de manifest que : ‘No es podrà dir que, per obra o
imposició de la Maçoneria, obraven d’acord i en fraternal harmonia els
lerrouxistas i els altres republicans, perquè en tots els partits hi havia
maçons. És una altra fantasia suposar que al maçó se li obliga a realitzar tal
o qual acció. Ningú més lliure que el maçó ni més obligat a rebutjar actes en
pugna amb la seua consciència…’
En la sentencia emesa contra ell pel Tribunal de
Responsabilitats polìtiques, per a justificar la condemna se’l defineix com a indesitjable
per tots conceptes, roig, ateu i maçó, tòpic que indiscriminadament
se’ls aplicava a tots. En canvi, Marco Miranda no deixava de tenir conviccions
que podrien clasificar-se com a religioses. Diu en uns textos que volen ser a
la manera de confesió pública general: ‘Amo
al meu Déu i de la meua consciència parlen les obres, no vaig robar ni vaig
matar, no he desitjat la dona del proïsme, he salvat l’enemic en tràngols
angoixosos, no he odiat mai, vaig socórrer al necessitat quan no ho he sigut,
vaig complir les meues promeses, encara que d’això em vinguera dany, vaig amar
els meus pares, amo a la meua esposa i als meus fills, amo al proïsme quasi com
a mi mateix; encara que, hi ha per ací cada proïsme! Sóc amic lleial i sent
vivament la gratitud, virtuts excelses que per si soles caracteritzen l’home
honrat’. Noció de Deu, que unes línies mes endavant encara la concretarà
més: ‘al Déu que porte en la meua
consciència i que em negue a revelar, perquè exhibir el sagrat és menysprear-ho
o fer-ho instrument de baixes ganes. El meu Déu no és el de la religió romana.
Per això, sens dubte, vaig ser excomunicat.’
Altres perles dites per ell i que reforcen la idea que d’ell
tenim d’home honest i coherent, poden ser les que apareixen al llarg dels seus
escrits i que sel.leccionem a continuació, sense cap comentari, ja que parlen
per elles mateixa:
"Malgrat els anys que vaig dedicar a la
política, jo no era polític, no ho vaig ser mai i, victoriosa la República
demà, tampoc no ho seria". Una afirmació tan contundent necessita d’una raonable explicació: "Política és ocultar, callar o defensar les malifetes quan les
comenten els amics. I jo no he sabut fer tal cosa. Polític és qui dóna la raó
als amics, encara que no la tinguen i no la reconeix als enemics, si la
tingueren...".
"No sóc ambiciós perquè a això s’oposen el meu pudor i
un sentiment de dignitat
La senzillesa i la sinceritat són per a mi l’adorn més preat
i els títols més alts."
Seria excesivament pretenciós, i sens dubte no respondria a
la realitat, voler afirmar que esta forma de ser i actuar de Marco Miranda
respón al fet de ser maçò. Ell és un home de fortes conviccions ben arrelades,
que estàn dintre d’ell, i es en el si de la maçoneria on es trova cómode, ja
que es un medi idoní per a desenvolupar-les. Si ell no les haguera tingut, la
maçoneria no li les hauria sabut ni pogut impossar.
I ja per a acabar, vul llegir-vos la sentencia que contra ell
va dictar el Tribunal de Represión contra la Masonería y el Comunismo, el dia 9
de gener de 1942, quan estava amagat a casa de la germana a Burriana: ‘''FALLEM: Que hem de condemnar i condemnem el
processat en rebel·lia Vicente Marco
Miranda, com a autor d’un delicte
consumat de Maçoneria amb la concurrència
de sols circumstàncies agreujants de la responsabilitat criminal, a
la pena de trenta anys de reclusió major i accessòries d’interdicció civil
durant el temps de la condemna i inhabilitació absoluta perpètua per a
l’exercici de qualsevol càrrec de l’Estat, Corporacions públiques o Oficials,
Entitats Subvencionades i Empreses Concessionàries, Gerències i Consells
d’Administració d’Empreses privades, així com càrrecs de confiança, comandament
i direcció de les mateixes separant-lo definitivament dels al·ludits càrrecs...
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